viernes, 27 de mayo de 2016

Capítulo 1: El despertar de un don

El alba empezaba a despuntar en la poblada ciudad de Nueva York prometiendo un día muy caluroso de verano. En los últimos días las temperaturas habían alcanzado los 45 grados y ya se hablaba de la mayor ola de calor en cuarenta años. La ausencia de nubes en el cielo auguraba que los rayos del sol caerían durante todo el día con toda su fuerza. Todas las agencias meteorológicas de la costa este estaban ya avisadas y en alerta las 24 horas en previsión de posibles incendios tanto fortuitos como intencionados, un hecho que todos daban por seguro que ocurriría.

Era 20 de julio y aún quedaban cuatro días para el cumpleaños de Jon que ya podría decir con todo orgullo que había llegado a la mágica cifra de treinta años. No sería en sí muy especial, pero para el bufet de abogados para el que trabajaba, esa era la edad a la que los becarios dejaban de llevar cafés a abogados de renombre, hacer miles de fotocopias como si fueran secretarias o buscar información de toda clase, hasta la más absurda, para que otros preparasen juicios. A la edad de treinta uno entraba a formar parte del selecto grupo de personas que tenían la confianza plena de la firma para representar a sus clientes y ganar pleitos. Evidentemente Jon empezaría con casos menores, de poca importancia, que de demostrarse su valía, catapultarían a la cima. Sólo había dos opciones: o subir o caer; ni siquiera los letrados más experimentados estaban exéntos de esa responsabilidad. Un mundo cruel en el cual Jon comenzaba a dar sus primeros pasos. En cuatro días el presidente del bufet lo llamaría a su despacho y le soltaría un discurso aprendido y expuesto a muchos antes que él, para darle la bienvenida a la élite.
Y dentro de ese mundo cruel contaba con un único amigo dentro del despacho de abogados, una importante firma de abogados, Alan Newark y Asociados. Su nombre era David Grikman y pertenecía al cuerpo contable de la empresa. Jon y David se habían conocido varios años antes, mientras descansaban en su hora libre. A veces coincidían en un bar situado debajo del bufete y almorzaban juntos hablando sobre temas de la empresa (nada confidencial) o temas más normales como el tiempo o la NFL ya que eran seguidores de los Jets de Nueva York y no se perdían ningún partido.

Jon estaba acostumbrado a levantarse temprano y aunque era domingo, su cuerpo ya le pedía un poco de movimiento. Eran las ocho de la mañana y ya estaba moviéndose inquieto en la cama con ganas de dormir pero en ausencia total de sueño. Decidió que lo mejor era levantarse y salir a hacer un poco de deporte. Estaba a menos de dos minutos de Central Park y le vendría bien sudar un poco ya que disponía generalmente de poco tiempo por culpa de su trabajo. Únicamente los días festivos los podía aprovechar para los temas de ocio, esparcimiento y relax. Su sueldo no era muy abultado por lo que no se podía permitir más que un pequeño apartamento. Ello no le impedía tener un pequeño armario donde guardaba su bicicleta RALLON X30 de la marca española Orbea, de color amarillo, que le costó unos 3000 dólares. Tuvo que estar ahorrando más de cuatro meses sin apenas gastar dinero para poderla comprar pero estaba muy satisfecho pues desde pequeño, siempre fue muy aficionado a las dos ruedas. Estuvo muchos años desde que le robaron su última bicicleta, regalo de su primo a los doce años, hasta que se compró la siguiente.
Lo tenía todo a juego, tanto la bicicleta en tonos amarillos hasta el casco, guantes, calzado, ropa y hasta las gafas. Todo en colores amarillos, blancos y negros. Posiblemente fuera una manía suya pero gustaba que todo tuviese una mezcla adecuada de colores. Nunca mezclaba diferentes colores salvo con negros, grises y blancos. O tonalidades amarillas (su color favorito) o tonalidades azules, rojas e incluso verdes. La equipación para hacer deporte no era una excepción y así lo demostraba cada vez que salía a hacer kilómetros, iba a algún evento deportivo o al trabajo, al que iba muy bien arreglado.